Apuntes sobre el teatro de Alfredo Sanzol

Alfredo Sanzol ha traído a Sevilla tres obras que por su estructura y espíritu ha querido agrupar como una trilogía: Risas y destrucción (2006), Sí, pero no lo soy (2008) y Días estupendos (2010), tres pequeñas piezas, compuestas a su vez por muchas otras pequeñas piezas que, por el momento, se han convertido en la espina dorsal de su teatro como creador, porque Sanzol es autor pero también dirige estas obras y dirige más, con Gerardo Vera, por ejemplo, para el CDN y en catalán, con Belbel y T de Teatre, por ejemplo, otra obra escrita por él Delicades, que vio Inma en Barcelona y salió impresionada.
La experiencia de programar las tres obras en días sucesivos y, finalmente, las tres obras en un solo día -será este sábado en el Central-, ha servido para mostrarnos qué le interesa al autor de Pamplona y cómo le interesa contarlo. A saber.
1. El humor. Lo primero es decir que cuente lo que cuente a Sanzol le interesa el humor, el humor a todos los niveles pero sobre todo aquel que ocurre a causa de la propia experiencia -tantas veces ridícula- del hombre o a causa de sus complejos o fantasías disparatadas. El deseo, la incomunicación, las relaciones con los otros, los grandes temas tratados con la distancia sufiente, la ironía sufienete y el juicio suficiente para que nos resulten divertidos.
2. Lo que oculta la risa. Pero lo que oculta la risa es un espejo. Nuestra propia fantasía inconfesable, nuestras miserias y ruindades.
3. David Lynch. En uno de sus pequeños relatos, uno de los personajes dice que no le gusta David Lynch pero me huelo que a Sanzol mucho y que la sala de fiesta roja de Sí, pero no lo soy, y los episodios oníricos que atraviesan las tres obras tienen un algo o un mucho del director americano.
4. Realismo no naturalista, realismo mágico. La realidad está centrifugada en casi todas las historias de Sanzol. Bien elige el momento climático de una historia y nos pincha el globo o bien se dirige a una solución totalmente inesperada. Tiene una capacidad impresionante para sorprender, para provocarnos la extrañera o para volar a mundos paralelos y, en una pirueta imposible, volver al humor.
5. La palabra. La obsesión por la palabra, por los acentos -usa, por supuesto, el navarro, y también el gaditano y el portorriqueño, y el argentino, y el gallego y más-, como nuestra carta de presentación, como el vehículo que nos explica en gran medida. El lenguaje como un retrato de nosotros mismos y las palabras como la dificultad por comunicarnos. Todo esto es un problema de comunicación.
6. El sexo, la identidad, las relaciones. Una sexualidad desprejuiciada, brutal a veces, jugando siempre con el coqueteo, con la atracción de unos a otros, "somos seres sexualmente activos hasta nuestra muerte", y dice tanto de nosotros la sexualidad, dice cómo nos gusta jugar, cuanto de exagerados o vanidosos somos y Sanzol atrapa todo eso y lo hila fino con otras intimidades que tienen que ver con la imagen que proyectamos, con las máscaras infinitas que tenemos para el mundo.
7.Enorme melancolía. Ver cómo pasa de nuevo el verano de nuestras infancias tiene algo perturbador, tumbarse en el césped como ya no hacemos, montar en bici sin un destino, sentir que el amor, la familia, nuestra historia no es exactgamente lo que quisimos, que los paraísos perdidos existen sólo en nuestra imaginación, eso es melancolía.
8. Los monólogos. El teatro de Sanzol incluye canciones y coreografías que sirven, junto a la risa, para que la presión baje y el ritmo frenético de ideas y sensaciones no nos colapse, entiende el ritmo del teatro y respira con el público pero no tiene miedo tampoco a la hora de parar la acción y recrearse en una historia bien contada, un actor frente al público narrando.
9. Trabajo con actores. Lo que han conseguido Juan Antonio Lumbreras, Paco Déniz, Pablo Vázquez, Elena González y Natalia Hernández en esta trilogía es un trabajo impresionante, no sólo entran en el pellejo de ¿cuántos personajes? ¿un centenar? ¿más?, sino que lo hacen sin interrupción y con una energía y un equilibrio mental desconcertante. Los monólogos, la rapidez en las réplicas y en los cambios de registro, la sincronización y las entradas y salidas medidas, todo me deslumbra en ellos, y el relax, lo cómodo que están en escena; bien, bien por ellos.

Estos días no se me han quitado de la cabeza algunas frases que leí en El espacio vacío y que creo que explican mejor de lo que yo lo haría todo esto: "El arsenal es ilimitado (habla del teatro tosco, el más popular): los apartes, los letreros, las referencias tópicas, los chistes locales, la utilización de cualquier imprevisto, las canciones, los bailes, el ruido, el aprovechamiento de los contrastes, la taquigrafía de la exageración, (...) por lo general, el público popular no tiene dificultad en aceptar incongruencias de inflexión o de vestimenta, o en precipitarse del mimo al diálogo, del realismo a la sugestión. (...) lo sucio y lo vulgar son cosas naturales, la obscenidad es alegre, y con estos elementos el espectáculo adquiere su papel socialmente liberador, ya que el teatro popular es por naturaleza antiautoritario, antipomposo, antitradicional, antipretencioso. Es el teatro del ruido, y el teatro del ruido es el teatro del aplauso"
Creo que el de Sanzol es un teatro popular, donde la frescura, de nuevo Brook, lo es todo; pero creo además que va más allá de la propia sentimentalidad y alcanza cotas de reflexión y espiritualidad importantes. Yo me he sentido emocionado hasta las lágrimas ante este despliegue de talento, inteligencia y trabajo profesional.

Os dejo la crítica de Días estupendos que hice para el Diario de Sevilla.

Pd. Hoy los he visto a todos -autor y actores- desayunando en la Alameda y me entraron ganas de acercarme y sentarme con ellos tan normal. Ya son familia, pensé, claro.
Pd2. De Alfredo, la amabilísma Neri Miranda, me pasó el móvil para hacerle una entrevista pero finalmente parece que para el Diario no puede entrar y pedirla para este blog es un corte, uf. No problem, habrá nuevas y mejores oportunidades.