"Queipo, el sueño de un general" en el Teatro Central


Me pregunto cada vez con más frecuencia si el valor de la crítica no es la pura vanidad o si, más allá del esfuerzo grato de aprendizaje que supone para mí, sirve para algo o para alguien. Tengo claro qué me aporta pero la crítica no va dirigida al crítico como tampoco va dirigida a la compañía o grupo de profesionales que se haya encargado de montar el espectáculo. Estas cuestiones me deprimen aunque afortunadamente tengo amigos, Nacho, Sergio, Silvi, Peter, Nat, que me hablan, escriben o llaman a horas intempestivas y apoyan cariñosamente con algunos matices. Uno de los matices que encuentro en sus críticas es la falta de sutileza en mis escritos sobre teatro. Y es cierto que mi expresión es brusca muchas veces y que puedo dar sensación de enfado pero no es así. Si refunfuño es porque creo que tengo razón y que la incompetencia campa a sus anchas en nuestro teatro. Eso hay que denunciarlo siempre. Otra de sus críticas es que soy poco claro o ambiguo en algunas ocasiones. Sí, soy consciente de que a veces me tiembla la mano a la hora de señalar o emitir juicios negativos sobre un espectáculo porque no quiero herir a nadie pero por otra parte no puedo eludir la responsabilidad que supone este oficio y que, pienso, rema en la misma dirección en que lo hacen el resto de profesionales serios de este mundo: un teatro de profesionales que luchan por elevar y hacer más grande, gracias al talento conjunto, el arte dramático.
Estoy inmerso por tanto en una contradicción: ser más sutil y ser más claro. Creo que no sabré hacerlo así que opto por la claridad y el compromiso con lo que hago. Al menos mientras dure esta experiencia.


Había pensado escribir una nueva crítica de "Queipo, el sueño de un general", con más sutileza, con más distancia y más humor, pero releyendo lo que escribí en Diario de Sevilla he pensado que es suficiente sutil y que explico bien por qué no es una buena obra.