"En el cenador" de Jane Bowles

Ir de Sevilla a Barcelona para comprar un libro editado en Málaga no tiene nada que ver con la siempre paranóica distribución de nuestros libros ni con los no menos raros movimientos de mercancías con que la globalización nos sorprende; sino más bien con un plan personal de viajar sin libros e ir comprándolos durante el viaje de verano. Así que en la pequeña montaña de libros que saqué de la librería Central de la calle Mallorca de Barcelona se encontraba "En el cenador" de Jane Bowles, un rescate de la editorial malagueña Alfama que, supongo, quiso aprovechar los fastos de no sé qué centenario de los Bowles. Sea como sea qué gran idea y qué gran traducción y qué magnífico libro nos han proporcionado Carlos Pranger (traductor) y la editorial de Coín.

"En el cenador" es una historia fronteriza, entre Estados Unidos y México, entre la juventud y la edad adulta, entre los sueños y la realidad. Es un teatro que nos suena, sureño a lo Tennessee Willians, descarnado con un toque de locura y de subconsciente plenamente asimilado. Gertrude Eastman Cuevas y su hija Molly viven en su casa de la costa californiana. Su mundo se reduce a esa casa y la relación no del todo buena que mantienen. Molly lee en el cenador durante todo el día y se aisla de la presión de la madre y de las decisiones vitales; su madre Gertude desea una vida más cómoda para ella, piensa en volver a casarse, y ansía que su hija madure. Los reproches continuos, los comentarios hirientes pero con la chispa del ingenio más gamberro y la melancolía de un mundo depresivo centrifungan con la llegada de nuevos personajes a la casa, y entonce el ansia por el cambio, los sentimientos encontrados de amor y odio por las personas cercanas, el precipicio que supone la búsqueda del amor y la seguridad, cambiarán radicamente y en apenas un año sus vidas.


Truman Capote en sus "Retratos", publicados por Anagrama hace tanto, habla de la obra y de Jane con verdadera devoción y a los editores de Alfama se les ocurrió reproducir un estracto de esa semblanza en la contracubierta del volumen.


Pero el texto que realmente tiene interés, aparte lógicamente de la obra, es el que sirve de prólogo, apenas tres páginas que Paul Bowles escribió en relación al proceso de creación de la obra y que explica sin ningún apasionamiento el origen (un encargo del producto Oliver Smith, gran amigo de los Bowles) y los problemas de montaje. Una minicrónica de lujo que nos acerca a los miedos y procedimientos creativos de una gran autora.
Aquí os lo dejo, cortesía de Alfama y traducido por Carlos Pranger. De nada.

Prólogo a "En el cenador" por Paul Bowles
Durante varios años Oliver Smith estuvo diciendo a Jane que con su talento para la construcción del diálogo sin duda escribiría una obra de teatro que él pondría en escena.Ella cumplió y él también.
La pieza En el cenador se concibió y se escribió en Vermont y en París. Jane llevó una copia del primer acto a Nueva York y la publicó en Harper’s Bazaar.Una vez terminada, se entregó la obra a Jasper Deeter, director teatral, y se estrenó en el Hedgerow Theater de Moylan, Pensilvania. Después se volvió a montar en Ann Arbor, con Miriam Hopkins en el papel de Gertrude Eastman Cuevas.
En esta época yo estaba en Marruecos, pero se decidió que la puesta en escena en Broadway llevaría un acompañamiento musical que a mí correspondería componer. Así pues,fui a Nueva York,compuse la partitura,la ensayé e hice la gira con la compañía hasta después del estreno en Nueva York.
El reparto de papeles produjo en Jane algo de ansiedad. Tenía claro que quería a Judith Anderson y a Mildred Dunnock para interpretar respectivamente a la señora Eastman Cuevas y a la señora Constable, pero le resultó difícil rechazar a quienes solicitaban papeles secundarios. Uno de los candidatos fue un joven actor llamado James Dean, que aspiraba a hacer el papel de Lionel. En una de las pruebas a Jane le pareció que era demasiado normal, que carecía de la dosis necesaria de angustia.
Su insistencia en que Gertrude Eastman Cuevas exteriorizase síntomas de frustración y neurosis trastornó considerablemente a Judith Anderson. Fue duro para ella aceptar que un personaje patético fuese ridículo y risible al mismo tiempo. La actriz interrumpió los ensayos bastantes veces, diciendo lastimosamente: "¿Quién soy? ¿Quién se supone que debo ser?". Durante los primeros ensayos hubo un director incapaz de decirle a Judith quién era, o incluso de qué trataba la obra, y la presencia en escena de un psicoanalista tampoco sirvió de ayuda. Estábamos ya en Boston,la última escala antes de Nueva York, cuando se llamó a José Quintero para que tomara las riendas del montaje.
Pienso que las dificultades que tuvo Judith se debieron en parte a que no estaba acostumbrada a interpretar papeles cómicos; en este caso no era Medea, sino una madre confundida y bastante histérica, sin la más remota idea de cómo tratar a una hija adolescente, introspectiva y rebelde.
El señor Quintero consiguió tranquilizar a los actores. En ese momento, Jane comenzó a escribir escenas nuevas con verdadero frenesí, e incluso escribió un final completamente inédito, que complació a todo el mundo excepto a Tennessee Williams.Él prefería el original. Al final creó tres escenas finales diferentes. Nunca he conseguido saber cuál es la que prefiero.
La noche antes del estreno en Boston, Jane se quedó despierta hasta el amanecer escribiendo una secuencia completamente nueva para la señora Constable, personaje que acaba amando a Molly e insta a la chica a que rompa las ataduras con su madre y se marche.
Cuando Jane terminó la pieza, la trajo a mi cuarto para que la leyera. Me indigné al saber que se había pasado la noche en vela, escribiendo, pero entendí que estaba satisfecha con lo que había conseguido, y que quería una reacción inmediata. Estas páginas las escribió específicamente para que las representara Mildred Dunnock. A medida que las leía,me di cuenta de que tiene una enorme utilidad el contacto personal entre el dramaturgo y los actores.
Desde que comenzaron los ensayos, Jane estuvo escuchando las inflexiones y cadencias de la forma de hablar de Mildred Dunnock. Al ser perfecto para la actriz, su texto fortaleció el carácter del personaje y pasó a formar parte de la pieza. "Oía la voz de Mildred en mi interior ―dijo Jane―, y escribí esas frases sabiendo que sonarían bien cuando ella las dijera".
Para mí, ésta es la escena más conmovedora y poética de toda la obra.

Además de las fotos de este vídeo os dejo este link para que sigais cotilleando