"El cerco de Leningrado" en el Lope de Vega

El montaje de "El cerco de Leningrado" que la semana pasada ha estado en el Lope no me ha motivado nada. Me encanta la expresión: no me motiva. Ni me movió en la butaca, ni después volví a pensar en la obra, ni ahora, al fin sentado, soy capaz de poner en pie un par de buenas ideas con las que resumir o comentar el espectáculo.
Un texto para dos actrices, sí. Un texto que dibuja dos mujeres anacrónicas, ancladas con mayor o menor convinción en ideas marxistas, que conviven en un viejo teatro que fue propiedad del difunto marido y amante de una y otra, también. La búsqueda de un libreto por parte de las dos mujeres ("El cerco de Leningrado") en el que piensan está la clave de la misteriosa muerte del marido-amante. El hallazgo del manuscrito, el mundo moderno que se echa encima del viejo teatro en forma de parking, eso también. Y entre tanto muchas escenas, mucho diálogo pero nada, al menos en mi caso, nada de nada. Un par de sonrisas, admiración por algunos momentos de iluminación, y poco más. Las actuaciones planas, tanto como el texto. La dirección en un "dejar hacer" preocupante. Todo está un poco deslavazado, un poco tibio. Todo lo demás, claro, es aburrimiento.
Y tenía ganas de Sanchis Sinisterra porque él es un poco el maestro de todos. No sólo de la Cunillé, de la que hablaba ayer, si no de otros muchos. Y además está ganando la batalla: Beckett, Pinter, Bernhard, Handke, los grandes maestro que defiende y defendió tanto, se asoman en sus discípulos. Pero bueno, habrá que matar al padre, ¿no?