"Cinco horas con Mario" en el Lope de Vega

Me voy a ahorrar hablar de la novela del maestro Delibes porque supongo que todos recordamos Cinco horas con Mario, como una lectura de primera juventud seductora y amable. Una de esas primeras buenas lecturas que crean afición y se olvidan. Delibes tenía un don para contar historias y narraba con aplicación y pulcritud. Es visible, sin embargo, y el paso de los años lo hace más evidente, que la adaptación que hizo para el teatro es un monólogo demasiado sencillo, con demasidos trucos y fatalmente popular.


La primera actriz que se encargó de subir a escena Cinco horas... fue Lola Herrera y en el recuerdo de muchos amigos es de las primeras y más queridas funciones de su vida. Yo no vi a Lola Herrera dirigida por Josefina Molina pero ayer vi a una buena actriz, Natalia Millán, "compitiendo" con el aura su predecesora y bajo la dirección y las pautas de la misma mujer, Josefina Molina. Entiendo que todo esto es marketing porque ha habido ya otras actrices en este papel, y que una buena forma de vender esta nueva adaptación era vincularla, sin dejar de agasajar a los padres, a la anterior con frases del tipo: "Natalia Millán heredera o sucesora de Lola Herrera", y que la directora fuese la misma. Pero esas son cosas del empresario, aquí lo que importa es el arte dramático que como se sabe es presente y aire.
No sé cuánto durará la aventura de José Sámano (productor), Josefina Molina y Natalia Millán, pero no creo que la vida de este texto -y quizá me aventuro más de lo que debo- tenga buena salud y lo siga viendo representado dentro de veinte años, que efectivamente sí son algo. Basado en ritornelos continuos, la historia es el ajuste de cuentas de María del Carmen Sotillo con su Mario, de cuerpo presente y que lógicamente aguanta el chaparrón -como le recrimina ella misma- sin inmutarse. Carmen vuelve, una y otra vez, a varios episodios del pasado en los que o bien tiene algo que reprochar a su inocente, idealista y poco apasionado -por intelectual, claro, repite ella- marido; o bien tiene palabras de aprovación por las opiniones de su padre y su madre. Por otra parte, su presente está marcardo por el paso a una edad ya madura, por esa falta de pasión y por querer seguir gustando. El mundo femenino enfrentado al masculino, como el de los triunfadores frente a los vencidos o el de los blancos frente a los negros, pautan las opiniones, verdaderamente reaccionarias de María del Carmen, que es retratada por Delibes -con altísimas dosis de ironía- como la mujer española, católica, conservadora, guardiana de las buenas constumbres y los valores, pero que, no podía ser de otra forma, tiene sus humanas debilidades, como por ejemplo, revolcarse por los matorrales con un tercero. Cosas que pasan.


La función tiene un arranque y una conclusión terribles. La esquela iluminada de Mario y las voces fuera de escena del velatorio son una introducción desconcertante, fría y fatalmente resuelta. La conclusión es un pinchazo escénico de ritmo y sentido que le hace salir a uno del teatro de un mal humor que en mi caso, por fortuna, lo arregló una magnífica cena. En medio, todo el mérito es de Natalia Millán que fue lo mejor de la noche por esfuerzo y por técnica. Se contiene lo justo en la vis cómica y en los momentos lúgubres. Me habría gustado quizá más frialdad castellana, más pausas entre frases no en la rapidez de la dicción que es perfecta y quizá más violencia contenida, más rabia contenida incluso en los momentos de humor.