Adulterios en el Teatro Quintero


Era la primera vez que entraba en el Teatro Quintero; sí, me salté las Chirigóticas a pesar del paisanaje -gaditanas ellas- y de la curiosidad que me despertaba ver la dirección -me imagino pelín complicada- que Antonio Álamo les hizo; tampoco fui al monólogo de Pedro Reyes, pero bueno a este tercer espectáculo fui y conocí el Teatro, del que tenía referencias por distintos y no siempre benevolentes comentarios. Personalmente me gustó, es un buen espacio para teatro pero pienso que la librería, que han instalado a la izquierda en la entrada, junto a un ordenador con una empleada que hace las veces de taquilla, y que, supongo, es la librera también, debería cuidar un poco más las formas y evitar las sucias cajas de novedades y el desorden total en la colocación de los libros; tampoco creo que el pasillo que forman las mesas para acceder al teatro, ya en la segunda sala donde hay un bar -¡bien!-, sea lo más conveniente ni para el acceso que lo hace dificultoso ni para el bar, allí no se sienta nadie, lógicamente. Tampoco me parece bien, y esto es lo más grave, que vendan butacas con una visibilidad más que limitada, este teatro tiene una anchura y una distancia entre orquesta y primera línea de platea que impide la visión a las butacas menos centradas. Y ese fue mi sitio: lo justo lo justo para ver regular. Me levanté antes de que comenzara la cosa y le eché un vistazo a la pobre sala que Phyllis emplea para las sesiones de psicoterapia -no creo que haya ninguna así en Central Park-. Mala escenografía, la verdad, e inexplicable dadas las facilidades que el minimal y el escenario vacío da para estas cosas.



También ayer fue mi primera vez con Woody Allen. El cineasta y ocasionalmente músico y dramaturgo neoyorquino tiene el inconveniente de poseer un estilo peculiar y reconocible, o al menos la parte más paródica de su producción entra en ese estilo que todos reconocemos; es él, su propia personalidad volcada en su creación.
Otras veces, sin embargo, Allen nos ha regalado verdaderas obras maestras en la dirección de actores, alejándose de la vis cómica más fácil y añadiendo a los roles profundidad psicológica y hastío vital mezclado en un magnífico cocktail de patetismo existencial, tragedia ante la muerte y gotas de humor ácido y cruel. Ese Allen me gusta mucho y era, como digo en al reseña del Diario de Sevilla el que deseaba ver ayer. Nada de eso, Verónica Forqué ha querido no sólo hacer Allen sino hacerlo como Allen, y claro, Allen sólo hay uno.
En fin, poca personalidad en este espectáculo que se deja ver bien y con el te ríes pero que apenas llega a arrancar ni a arropar al público que llenaba la sala.